La imagen estereotipada de los indios norteamericanos está llena de ideas eurocéntricas sobre la familia y la organización de las comunidades. A menudo, eran los mismos misioneros y agentes del gobierno los que imponían dichas ideas a los indios. Se daba por supuesto que la familia india era nuclear y patriarcal: el marido era el cabeza de familia, las parejas eran monógamas y vivían con sus hijos en una misma morada. La organización social parecía básicamente democrática, pero dirigida por un jefe que supervisaba los asuntos internos y actuaba como enlace entre la tribu y los extraños.
Sin embargo, este tipo de organización social no se solía ajustar a la realidad. Por lo general, las familias no eran nucleares, sino «unidas»: es decir, varias generaciones vivían juntas en la misma residencia. Tampoco los matrimonios solían ser monógamos: en muchas comunidades indias, una persona podía tener varios cónyuges, siempre que la familia pudiera mantenerse económicamente. Las relaciones de clan eran tan importantes como la familia individual, y con frecuencia constituían la base de las estructuras políticas. El gobierno de las comunidades adoptaba numerosas formas, que variaban desde el estilo asambleario a la «dictadura» de un jefe o rey todopoderoso, como los «reyes del sol» de los natchez del sureste, que heredaban el título.
Las comunidades cazadoras y recolectoras tendían a ser patriarcales y patrilineales, lo cual significa que los hombres controlaban casi todas las posesiones y tomaban las decisiones, y la herencia seguía la línea masculina. Muchas comunidades de las praderas, el Ártico, el subártico, la Meseta y California practicaban variantes de este patrón general. La unidad familiar típica era un grupo patrilineal de quince a veinticinco personas, formado por un hombre, sus esposas y sus hijos. También podía incluir a las familias de los hijos varones. En general, el tamaño de la unidad familiar dependía de lo que diera de sí la tierra. Las hijas que se casaban abandonaban el grupo familiar. Como estos grupos eran pequeños, se unían con otros durante las épocas de abundancia, formando unidades más grandes para celebrar rituales, arreglar matrimonios y organizar la caza, la guerra, las incursiones, las disputas territoriales y otros asuntos.
La jefatura solía basarse en los méritos personales, como la destreza en la caza o en la guerra. El cargo que ostentaba un jefe sólo le duraba mientras la comunidad considerara necesarias su destreza y su experiencia.
En cambio, las comunidades que dependían de la agricultura solían ser matriarcales y matrilineales, y en ellas eran las mujeres las que controlaban las posesiones y la utilización de la tierra. En este patrón general encajan algunas comunidades agrícolas de las praderas, como los mandanes, y muchas de las naciones de los bosques orientales. Las unidades familiares eran grandes y «unidas», y solían consistir en una mujer, su marido o maridos, sus hijas y las familias de sus hijas, todas viviendo en una residencia que podía ser una cabaña de adobe o una casa larga. La propiedad de la tierra cultivable, el poder político y algunas actividades sagradas se heredaban de madres a hijas. En ocasiones, los clanes (grupos de familias) se subdividían en mitades, dirigidas por hombres que descendían de determinadas mujeres. Las mitades controlaban los hatos sagrados y se encargaban de organizar proyectos de guerra o de paz para toda la comunidad. Se valoraban los méritos personales, pero la jefatura se basaba más en la herencia o el título. El consenso era necesario para la acción colectiva, pero los jefes estaban dotados de poder para tomar decisiones por todo el grupo. Para ciertas actividades rituales o laicas, las complicadas estructuras familiares trabajaban en cooperación con sociedades que trascendían los lazos familiares.
Algunas comunidades se caracterizaban por la importancia que concedían a la posición social, hasta el punto de existir algún tipo de división en clases sociales. En éstas, la posición se basaba en la riqueza, mientras que otras concedían menos importancia a las posesiones materiales y basaban el prestigio en cualidades personales como la generosidad, siempre muy valorada porque favorecía la supervivencia del grupo. Mediante intercambios, regalos y ceremonias dispendiosas como el potlatch, los clanes y grupos sociales actuaban como organizaciones de ayuda mutua, asegurándose de que nadie careciera de lo indispensable para sobrevivir.
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