En los estados de Tamil Nadu y Kerala, al sur de India, los dioses Ayyappan y Murugan, los hijos sureños de Siva, son venerados como las manifestaciones encarnadas del shakti (poder) de Siva, del mismo modo en que los vaisnavitas honran a avatares como Krisna y Rama como encamaciones de Visnú. Las leyendas que relatan las vidas de Ayyappan y Murugan están muy influenciadas por el movimiento bhakti (devocional), y sus raíces se encuentran en las zonas locales en las que cada culto tiene su base. Son adorados principalmente como protectores de la aldea, y la mayor parte de las historias que hablan de ellos cuentan batallas contra demonios locales y la oscuridad de la selva. A ambas deidades se las representa jóvenes y victoriosas; contrariamente al distante y trascendente Siva, se cree que ambas juegan un papel activo en la vida de sus devotos.
En 1950, sólo 1.000 peregrinos viajaron hasta Sabarimala, el templo de la selva donde se dice que reside Ayyappan, mientras que en 1988 hicieron el viaje 400.000. Sus orígenes son exclusivamente locales, pues es un dios de aldea que mata a los diablos de la selva, pero sus devotos también proceden ahora de Madras, Mumbay y Calcuta. Para estos peregrinos, Ayyappan es un símbolo de cambio, desarrollo y éxito definitivo en la tierra así como en el mundo espiritual. Dieciocho escalones de oro ascienden desde la selva hasta la entrada del templo de Sabarimala, representando una escalera que conduce al éxito moral y espiritual. Cada escalón simboliza un raga (vicio o pecado) diferente, y cada año que el peregrino sube por los escalones ha de renunciar a un vicio más. De este modo la escalera llega a simbolizar la propia búsqueda de liberación espiritual del devoto, el proceso de jayikkuka (ser victorioso) por la que es conocido Ayyappan.