Se rinde culto a Siva en forma de linga o falo sagrado (abajo). Según un mito, Visnú y Brahma discutían quién era más grande cuando apareció Siva con una columna deslumbrante, el linga. Brahma, en forma de ganso silvestre, voló para buscar el extremo superior, y Visnú, en forma de jabalí, buscó el extremo inferior. No lo lograron y tuvieron que admitir la autoridad de Siva. Los aspectos erótico y ascético de Siva se combinan en la historia en la que el dios, tiznado con cenizas e irreconocible, va a un pinar en el que viven unos sabios ascetas, quienes sospechan que intenta seducir a sus esposas y le maldicen con la pérdida del pene. La castración se efectúa, pero con la secreta complicidad de Siva. Después el mundo se oscurece y los sabios pierden la potencia viril y vuelven a la normalidad tras haber propiciado a Siva fabricando una linga.
El suegro de Siva, señor del gana-do, era Daksha, un Prajapati (señor de los seres) que había brotado del dedo gordo del pie derecho de Brahma. En este relato, basado en el Mahabharata, se habla del sacrificio de un caballo que había preparado Daksha según los ritos védicos. Sati, esposa de Siva, es la hija de Daksha.
Todos los dioses, encabezados por Indra, decidieron asistir a la ceremonia. Sati, la esposa de Siva, los vio montados en sus carros, que despedían destellos de luz. «¿Por qué no vas tú también, oh ilustre?», le preguntó a Siva, y éste le respondió que los dioses pensaban que él no debía participar en ningún sacrificio. Sita replicó: «Señor, entre todos los seres, tú eres el superior, pero me avergüenza que te nieguen la participación en el sacrificio.»Picado por sus palabras, el señor del ganado reunió sus poderes de yoga, cogió su potente arco e irrumpió en el sacrificio con sus temibles sirvientes. Unos rugían, oros emitían terribles carcajadas, otros rociaban las llamas con sangre, otros arrancaban los postes del sacrificio y otros devoraron a los sacerdotes oficiantes. Después, el animal del sacrificio se transformó en ciervo, pero Siva lo persiguió con arco y flechas.
En pleno vuelo, la cólera de Siva destiló una gota de sudor de su frente y en el punto de la tierra en el que cayó la gota brotó una enorme hoguera de la que surgió un hombre rechoncho y peludo con brillantes ojos rojos y dientes monstruosos que redujo a cenizas al animal del sacrificio y obligó a los dioses a huir aterrorizados. Era la Enfermedad, que llevaba pesar y dolor allí donde iba, hasta que Brahma le prometió a Siva que participaría en los sacrificios futuros y le rogó que moderase su ira y dominase el mal que había creado. En respuesta a las súplicas de Brahma y ante la perspectiva de participar en los sacrificios, Siva dividió la Enfermedad en múltiples formas. Así, cada ser tuvo su propio mal: los elefantes, dolor de cabeza; los toros, dolor en las pezuñas; la tierra, salinidad; las vacas, ceguera; los caballos, tos; los pavos, la cresta partida; los cucos, enfermedades de los ojos; los loros, hipo; los tigres, cansancio, y la humanidad fiebre.
Según otra narración, el sacrificio acaba en una reyerta de la que los dioses salen con la nariz rota, las mandíbulas partidas y el pelo arrancado. Siva le corta la cabeza a Daksha y la arroja a la hoguera del sacrificio. Una vez apagada la cólera del dios, le pone a Daksha la cabeza de una cabra. Según otra versión, Brahma interviene después de que el fulgurante tridente de Siva haya atravesado el pecho de Visnú, protector de este mundo. Brahma finalmente convence a Siva de que propicie a Visnú, y tras su reconciliación el universo recobra la armonía.