Fue el resurgir del hinduismo en India a partir del siglo V lo que dio inicio a una importante etapa en el desarrollo del arte y la arquitectura religiosos. Los templos hindúes se habían construido antes de madera, pero, imitando los santuarios budistas excavados en roca, los arquitectos hindúes comenzaron a excavarlos en rocas sólidas, afirmando así los lazos simbólicos con las montañas y cuevas, hogares tradicionales de los dioses.
Los templos tallados en la roca marcan un hito en el dominio de la técnica y en la imaginación arquitectónica. Probablemente el «templo de montaña» más espectacular de India es el llamado Kailasa, en Ellora, en el moderno estado de Maharashtra. Tallado por los reyes de la dinastía Rashtrakuta en los siglos VIII y IX, el templo se creó retirando gigantescas cantidades de piedra maciza de la ladera de la montaña antes de completar los adornos escultóricos del exterior y el interior del edificio.
Aproximadamente al mismo tiempo que se creaba Kailasha se fueron desarrollando técnicas estructurales de arquitectura para el levantamiento de templos. Los reyes Pallava, que gobernaron el país tamil desde el siglo VII al IX, fueron muy importantes en esto. Su capital, la antigua ciudad de Kanchipuram, contenía más de cien santuarios hindúes, cada uno con un santuario que se distinguía por una torre de masonería piramidal. Los logros de los Pallavas se vieron aumentados en los siglos X y XI por sus sucesores, los Cholas, conocidos por erigir templos con grandes agujas, como en Thanjavur, Gangaikond-achola- puram y Chidambaram. El santuario central de Thanjavur, principal capital de los Cholas, está construido enteramente de granito, y tiene una altura de 63 metros, siendo el santuario más alto del sur de India. El templo de Thanjavur es conocido por sus esculturas en piedra y bronce, así como por los murales narrativos que cubren las paredes interiores de sus oscuros pasillos.
Dinastías posteriores refinaron los modelos cholas originales, añadiendo más santuarios y rodeándolos con muros de cerramiento con impresionantes puertas flanqueadas de torres conocidas como gopuras. Estas enormes construcciones eran el doble de altas que de anchas, dominando no sólo el complejo del templo, sino también ciudades enteras y los campos que las rodeaban. El número de pisos de cada gopura era generalmente desigual; los niveles disminuían a medida que la torre ascendía hasta que alcanzaban la cima, representada por un tejado abovedado con extremos en forma de arco.
En los siglos XVI y XVII, un renacimiento de la religión y la cultura hindúes en el sur de India bajo el gobierno de los reyes del imperio Vijayanagara y sus representantes condujo una vez más a un resurgir de la construcción de templos. Instituciones religiosas antiguas fueron renovadas y se expandieron, dando lugar a la invención de grandes ciudades-templo con múltiples santuarios y filas de gopuras que conducían al santuario principal. Este programa de edificaciones se debió en parte a la afirmación de la religión hindú del templo como institución principal de fomento del pensamiento, literatura y arte religiosos.
Los templos no eran meros lugares en los que habitaban las divinidades para recibir el culto de sus devotos; eran auténticas representaciones de los reinos celestiales. El que el templo fuese concebido como un panteón de dioses y diosas es evidente al ver las figuras talladas y pintadas que cubrían el exterior y el interior, y que incluían los más significativos motivos de arte sagrado hindú; esto es así sobre todo en los monumentos del sur de India. Gran número de divinidades poblaban los diferentes espacios del templo, desde los niveles más bajos en los que los santuarios se colocaban sobre plintos, hasta las torres que dominaban los santuarios y los gopuras de entrada.
A partir del siglo XVI en adelante, las agujas de los templos del sur de India se cubrieron con figuras policromadas de vivos colores de escayola. Estas describían los principales aspectos y «miembros de la familia» de la deidad a la que estuviera dedicado el santuario, normalmente alguna forma de Siva, Visnú o también la diosa madre.
Pero esta profusión escultórica no se limitaba en modo alguno a las personalidades celestiales, ya que toda una serie de criaturas menores poblaban también el arte hindú. Iban desde los etéreos músicos, cantantes y bailarines hasta los feroces guardianes que blandían bastones u otras armas. Los animales y los pájaros también hicieron su aparición, sobre todo aquellas criaturas que eran los «vehículos» (vahanas) en las que cabalgaban los dioses y diosas. Fantásticas bestias de cabezas y cuerpos leoninos, conocidos en el sur de India como yalis, se encontraban por todas partes. Decoraban nichos y arcos, y eran importantes motivos de las cimas de las torres de los templos.