En todas las mitologías, el significado inicial de la creación es la aparición de la diferenciación y la pluralidad en lugar de la indiferenciación y la unidad.
La primera etapa suele coincidir con la forma de distinción más elemental, es decir, la dualidad. En la mitología china, cuando el divino antepasado Pangu llevaba 18.000 años creciendo en el interior del huevo cósmico, éste eclosionó y se dividió en dos partes: la mitad iluminada formó el cielo y la oscura la tierra.
Según el mito de la creación maorí, el mundo comenzó a existir cuando los dos seres creadores, Rangi, el ciclo, elemento masculino, y Papa, la tierra, elemento femenino, se desasieron del abrazo que los inmovilizaba en el vacío y adoptaron posturas opuestas y complementarias en el cosmos. La misma idea aparece en las creencias del antiguo México: la creación comenzó cuando Ometecuhtli, señor autocreado de la Dualidad, se dividió en sus dos aspectos, el masculino y el femenino, bajo la forma de Ometeotl y Omecihuatl, padres de los dioses.
Encontramos una variante curiosa en el mito de la creación de los bambaras del África occidental, según el cual el huevo cósmico emitió una voz que originó su propio doble, del sexo opuesto, dando vida a los gemelos primordiales y divinos progenitores del mundo.
El tema de la dualidad primordial también aparece en algunas versiones del mito de la creación griego, en las que los primeros dioses que surgieron fueron Urano, el cielo, de carácter masculino, y Gea, la tierra, de carácter femenino.