En todas las mitologías, el mundo visible de la vida cotidiana forma parte de un conjunto mucho más amplio. En la mayoría de las tradiciones, los elementos normalmente invisibles del universo se identifican con un mundo superior, el cielo, en el que habitan seres igualmente superiores, dioses o antepasados divinos, y con un inframundo, habitado por los muertos y los espíritus subterráneos.
Esta imagen es común a las diversas tradiciones indoeuropeas, a los pueblos tribales de Asia, Oceanía y América, y a los habitantes del Círculo Polar Ártico.
En muchos casos, el mundo inferior y el superior se representan como réplicas del mundo intermedio, en el que viven los seres humanos, cada uno de ellos con un cielo y una tierra. En muchas mitologías hay un eje o columna central que une los tres mundos que constituyen el cosmos. A veces, este eje adopta la forma de Árbol del Mundo, el más famoso de los cuales es Yggdrasil, de la tradición nórdica. Hemos de destacar asimismo los ejemplos de los ngaju dayak de Kalemantan (Borneo indonesio), los mayas de Centroamérica y los pueblos de la región del Sáhara. Aparece la misma idea en los mitos de la creación de los nativos del norte y el sur de América. En la Cábala, la tradición mística hebrea, existe un concepto semejante, el del Árbol de la Vida.
En versiones más complejas de este cosmos con el Árbol del Mundo se describen siete, ocho e incluso nueve niveles de mundos superiores e inferiores. En la tradición de la India ascienden a siete, y en todo el sureste asiático se encuentran diversas versiones de este modelo cósmico. Según una tradición nórdica, existen nueve mundos, situados uno sobre otro, entre los que se produce un constante tránsito.