Mito e historia se encuentran inextricablemente entretejidos en los testimonios documentales de las civilizaciones. Un ejemplo de invención de un mito histórico es la Eneida, del poeta latino Virgilio, en la que transformó un relato ya existente que vinculaba la fundación de lo que más adelante constituiría el imperio romano con el exiliado troyano Eneas (ver historia de Eneas). En diversas culturas, los mitos de los orígenes han servido para reafirmar el prestigio de una comunidad.
En los comienzos de la era moderna suele relacionarse a Hernán Cortés y la relativa facilidad con la que destruyó el imperio azteca en 1521 con un mito azteca coetáneo que predecía la llegada de unos extranjeros blancos y barbudos con atributos semidivinos. Se cree que existieron mitos similares entre los incas que podrían haber influido en la caída de su imperio, en el siglo XVI.
Al igual que el mito puede reforzar la historia, ésta puede pasar a formar parte de la materia prima de la imaginación mítica. En muchos casos, la probabilidad llega a límites fabulosos. El cronista William de Newburgh (h. 1198) comenta que en su Historia de los Reyes de Britania, Geoffrey de Monmouth presenta el meñique del rey Arturo más grueso que la espalda de Alejandro Magno. Carecemos de datos reales sobre la persona de Arturo, pero posiblemente fue el dirigente a quien Nennio atribuye la decisiva batalla de Mount Badon contra los sajones (h. 500).