A la hora de distinguir entre «mito» y «cuento popular», los expertos, además de estar divididos, suelen ofrecer muy pocas aclaraciones. Por lo general, coinciden en que estas dos modalidades de narración tienen mucho en común: ambas son productos comunales, en el sentido de que no hay unos autores identificables, y presentan múltiples versiones. Pero, si existe alguna diferencia entre ellas, ¿en qué consiste? Aunque las dos formas se entremezclan, algunos estudiosos aplican la etiqueta de «mito» a los relatos anónimos que tratan de explicar los orígenes del mundo, la sociedad y la cultura humanas. Como son temas de interés universal, no puede sorprender que cualquiera pueda reconocer de inmediato un mito definido como tal, por ajena o remota que sea la cultura de la que proceda.
¿Qué condiciones sociales producen el «mito» en este sentido cósmico? Parece que tales relatos destacan en dos tipos de sociedad precientífica situados en los extremos opuestos del espectro evolutivo. Por un lado, los encontramos en las sociedades igualitarias, sin estratificación, que subsisten mediante la caza y la recolección y que, por consiguiente, son las comunidades humanas que más estrechamente dependen de la naturaleza. (Los ejemplos recogidos provienen de los pueblos cazadores y recolectores de América del Norte y del Sur, sureste asiático, Australia y África, así como de los inuit del Círculo Polar Ártico.)
Por otro lado, hallamos algunas de las mitologías más complejas en sociedades precientíficas que se han liberado lo suficiente de la dependencia de su entorno natural como para desarrollar una jerarquía entre la que se cuenta un sacerdocio intelectual privilegiado. (Podríamos citar como ejemplos la India, Grecia, China y el Japón de la antigüedad, los dogones, bambaras y yorubas del África occidental, los incas de Suramérica y los mayas y aztecas de Centroamérica, así como los pueblos celtas y germánicos de Europa septentrional.) «El cuento popular» es producto de sociedades basadas en la agricultura y con un grado de complejidad a medio camino entre las comunidades de cazadores recolectores y las sociedades divididas en clases. El contenido característico del cuento popular guarda relación con el conflicto y los problemas sociales, no con los temas cósmicos que tratan los mitos. (Hay que establecer una clara distinción entre los «cuentos populares», anónimos y de transmisión oral, y los «cuentos de hadas», creaciones literarias del romanticismo decimonónico.)
El cuento popular típico encierra un mensaje social: puede centrarse, por ejemplo, en el conflicto entre el empuje juvenil y la autoridad de los mayores, pero, en muchos casos, estos relatos también tienen «ecos» de las fases anteriores de la evolución social. En los cuentos populares eslavos (muchos de los cuales se remontan a una época en la que los ruso hablantes aún no constituían un grupo étnico distinto, hace siete u ocho siglos, e incluso a antes de la aparición de los eslavos, en el siglo V), la presencia de la ogresa Baba Iaga refleja el culto a una diosa asociada con la muerte y los infiernos. De igual modo, los mitos sobre manzanas doradas, que también se encuentran en los cuentos eslavos, están relacionados con un culto solar desaparecido hace mucho tiempo y, posiblemente, con creencias aún más antiguas vinculadas a los viajes a los infiernos que emprende el chamán de la tribu. También pueden hallarse antiguas asociaciones con el chamanismo en la frecuente aparición en los cuentos de Rusia y de otros países europeos de la metamorfosis de seres humanos en animales y viceversa (como en el caso del licántropo).
Para simplificar, podríamos decir que los cuentos populares son mitos domesticados, historias construidas con elementos míticos que persiguen un doble objetivo: entretener y extraer una moraleja sobre la sociedad humana.