Muchas creencias afirman explícitamente el parentesco entre los seres humanos y otras formas de vida. Las tradiciones nativas de Norteamérica conceden a los animales un estatus igual al de los humanos en calidad de hijos del cielo paterno y la tierra materna. En ellas se considera que, en la antigüedad, personas y animales no se distinguían espiritualmente y podían intercambiar formas, y que los antepasados de las tribus de la costa nor-occidental de Norteamérica eran animales que, tras haber desembarcado en las playas, se transformaron en seres humanos. "También en África se encuentra esta idea de los animales como precursores y creadores de los seres humanos. Según las tradiciones khoisanas, el primer ser vivo sobre la tierra fue la mantis religiosa, creadora de las primeras razas, incluida la humana. En un mito egipcio se describe la creación del mundo gracias al grito de una garza, una de las manifestaciones del dios creador del sol.
En Mesoamérica se cuenta que todo ser humano participa en una existencia mística con un «doble» animal o nahual, idea que se encuentra asimismo en ciertas regiones del África occidental. En Sudamérica, familias o clanes enteros comparten una identidad mística con determinadas especies animales.
En las tradiciones de los inuit del Círculo Polar Ártico, al igual que en las de los nativos norteamericanos, se describe una época de la antigüedad en la que todos los animales y seres humanos vivían en la misma comunidad, hablaban el mismo lenguaje, cambiaban de aspecto con frecuencia y se casaban entre sí. Se dice que el oso polar era el animal más próximo a los seres humanos, si bien podía reconocerse bajo su forma humana por los caninos, de extraordinario tamaño, y por su insaciable apetito de grasa.