Tras la enorme serpiente, el siguiente actor que aparece en el escenario mitológico es en muchos casos otro ser gigantesco, si bien con características humanas reconocibles.
Tenemos como ejemplo al dios creador chino, Pangu, quien adquirió proporciones tan descomunales que podía cubrir la distancia entre la tierra y el cielo. Otros miembros del primitivo panteón chino se presentan en parte humanos y en parte animales, como Fuxi y Nugua, a quienes puede representarse con cuerpo mitad serpiente y mitad humano.
También se repite en las mitologías de la creación el tema de unos seres humanoides en los que se combinan características masculinas y femeninas: a Atón, divinidad creadora egipcia, se le representa como andrógino; en el relato órfico (perteneciente a la mitología griega) de la creación, Fanes, el primer ser, tiene carácter bisexual, y según el nórdico, el gigante primigenio Ymir, hombre y mujer, nació de la unión del hielo y el fuego en el inicio de los tiempos.
Los seres malignos de la mitología y del folclore son proyecciones de los temores más profundos de la humanidad. La variedad de formas, amplísima, abarca seres semihumanos y no humanos, dragones y monstruos, gigantes y gigantas, demonios y enanos que militan contra los dioses en una perpetua lucha cósmica, y figuras especializadas como los oni japoneses, que sirven a los dioses del infierno. En la mitología occidental, los seres espirituales suelen tener carácter positivo o negativo, pero en otras culturas predominan los seres ambivalentes o neutros. En el islam, por ejemplo, los djinni (genios) pueden ser benévolos o malévolos, y fueron creados 2.000 años antes que Adán, el primer hombre.