Después del dios solar Ra, Isis era la deidad egipcia más importante, por haber descubierto el nombre secreto de Ra. Conocer un nombre significaba tener poder. Isis ansiaba dicho poder, por lo que intrigó para averiguar el nombre secreto de Ra. Cuando éste se hizo mayor, dormitaba mucho y la saliva le goteaba por la barbilla. Isis recogió con cuidado un poco de ella y la usó para humedecer barro con el que formó una serpiente venenosa.
Los dioses sólo eran vulnerables a algo de su propia naturaleza, así que Isis dio vida a la serpiente y la abandonó en el lugar por donde pasaba Ra. Naturalmente, la serpiente lo mordió y le inyectó veneno cuando aquél pasó por allí. Ra estaba agonizando de resultas de la mordedura, ya que, sin él saberlo, la serpiente estaba compuesta, en parte, de la propia esencia mágica de Ra, de su saliva. Ra se estremecía de fiebre y tenía dificultad para hablar. Isis le preguntó qué era lo que lo afligía, a pesar de que conocía muy bien la causa.
El expuso sus terribles síntomas y ella se ofreció a cuidar de él, pero sólo si le comunicaba su nombre secreto. El se retrajo y le dio una retahíla de nombres descriptivos, pero ella sabía que ninguno de ellos era el nombre secreto. Así que procuró que el veneno agravase su efecto y le preguntó otra vez por el nombre. Al final, cuando ya no podía soportar el dolor, se avino a decírselo, pero sólo en privado y en ausencia de los otros dioses.
Ella tuvo que prometer que no se lo comunicaría a nadie. Después de cobrar el conocimiento que deseaba, sanó a Ra y le extrajo el veneno. Ahora ya conocía el nombre secreto, que si tenía que utilizar alguna vez le daría poder sobre él. Nunca hubo ocasión de hacer uso de aquellos conocimientos, pero ella quedó satisfecha sabiendo que poseía dicho poder, por si llegaba a ser necesario.