En un principio la religión de los egipcios fue politeísta. Muchos dioses y de muy diversas procedencias y sin clasificación alguna. Los egipcios parecían sentir una singular complacencia en multiplicar sus dioses por cualquier medio imaginativo y circunstancial.
En esta época caótica se adoraba a Amon-Ra, el gran Ser, el Eterno, cuya compañera recibía distintos nombres, según las localidades, y ya era llamada Neith, ya Muth, ya Buto. Knufis o Knet era el espíritu creador del Universo, el gran demiurgo. Ptha pasaba por ser el gran organizador y el gran conservador. Menoes equivalía al Pan helénico, Suk, a Cronos; Dyom, a Jano o a Júpiter; Thme, a la Justicia; Thot, a Hermes; Athor, a Venus; Anuké, a Vasta.
Pero, para aumentar la confusión, cada uno de estos dioses era adorado bajo diferentes formas, ya con forma humana, ya con cuerpo humano y la cabeza del animal que lo simbolizaba, ya bajo la figura die este mismo animal.
Para llevar cierta claridad y algún orden a la mitología egipcia conviene dividir a sus dioses en tres clases: