Se consideraba a Tezcatlipoca, nombre que significa «Señor del Espejo Humeante», dios supremo del panteón mesoamericano. Los demás dioses creadores no eran sino aspectos de este ser omnipotente y omnisciente. Los toltecas llevaron su culto al centro de México a finales del siglo X, y en los mitos aparece como corruptor del virtuoso dios de este pueblo, Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, y como su iniciador en la embriaguez y los placeres carnales. En el período azteca, Tezcatlipoca poseía más formas y nombres que ninguna otra deidad; por ejemplo, su identificación con Yaotl (Guerrero) y Yoalli Ehecatl (Viento Nocturno) muestra su vínculo con la muerte, la guerra y el reino de la oscuridad. Se creía que se aparecía por la noche a los guerreros para retarlos en las encrucijadas.
Los aztecas lo veneraban como protector de la realeza y los hechiceros. Su posición destacada se reflejaba en la asociación simbólica con la imaginería del jaguar y sobre todo en su manifestación como Tepeyollotli, el «corazón de la montaña» jaguar. Concebido como dios invisible y omnipresente, era señor de las sombras; empuñaba un espejo mágico con el que adivinaba el futuro y veía en el corazón de los hombres. Los aztecas temían y respetaban su carácter caprichoso, que le llevaba a dispensar dolor y muerte, pero también riqueza, valor y buena suerte. Le aplicaban un epíteto muy significativo: Titlacauan («Somos sus esclavos»). Presidió la primera era de la creación, a la que puso catastrófico fin su lucha cósmica con Quetzalcóatl.