El extremo suroccidental de América del Norte está rodeado de montañas: la cordillera costera que baja hasta el mar al sur de la Baja California y, por el este, la imponente sierra Nevada. El aire cálido del Pacífico vierte su humedad en California, riega valles fértiles y convierte en extensiones rocosas y desiertas algunas zonas del sureste, la Gran Cuenca y la meseta. A los pobladores les resultó irresistible la abundancia de este medio ambiente fértil, por lo que se asentaron a orillas de los ríos, en las tierras altas y en el litoral. Como indica la mezcla idiomática, los antiguos emigrantes procedían de diversos sitios.
Los pueblos costeros dispusieron de pescado prácticamente todo el año. Los chumash recogían mariscos en los arenales y capturaban atún, halibut, bonito, albacora y otras especies. Se hicieron a la mar en grandes embarcaciones de planchas y cazaron ballenas, focas, leones marinos, delfines y nutrias de mar. Tierra adentro, el hábitat estaba poblado por ciervos, conejos y otros animales de caza menor; los peces nadaban en ríos y arroyos y la tierra producía gran variedad de plantas silvestres que servían de alimento y como medicinas. La cosecha otoñal de bellotas era decisiva pues representaba un alimento básico de la dieta: si se muelen y se aclaran con varias aguas, las bellotas se convierten en una harina comestible que se hierve para preparar gachas o se cuece hasta obtener pan sin levadura.
Los luiseños que habitaron al norte de la Baja California no tuvieron dificultades para recoger en el mismo territorio las riquezas de la tierra y del agua, si bien para la mayoría de los californianos el ciclo estacional representó un viaje más largo de ida y vuelta al mar.
Los recursos alimentarios estaban tan claramente definidos en el tiempo y en el espacio que la existencia cazadora y recolectara se basaba en ritmos periódicos más parecidos a los de las sociedades agrícolas asentadas que a los de los forrajeadores de las llanuras y los bosques del noñe y el este. Un grupo podía hospedarse provisionalmente en tipis de corteza de secoya. Si se internaba en el interior del territorio, solía llevar consigo la aldea invernal completa, compuesta por moradas de estructuras de postes y techos de paja, cada una de las cuales albergaba varias familias.
Hasta cierto punto existía el control que cada grupo ejercía en las tierras ricas en recursos. Por ejemplo, los chumash dividieron las zonas de caza y otros grupos poseyeron sectores de plantas silvestres, hábitats de animales y pesquerías de primera calidad. En algunas zonas, varias familias ampliadas se unieron y establecieron entidades más grandes con territorios definidos, cada uno de los cuales estaba dotado de una aldea principal y jefes.
Había tanta abundancia que el trueque se convirtió en práctica habitual. Los hupas trocaron con los yurok bellotas y otros alimentos del interior a cambio de algas, pescado disecado y refugios de secoya. Los californianos utilizaron ciertas formas de dinero -por ejemplo, las conchas de Dentalium- para el trueque, como símbolo de poder y de categoría social y en tanto objetos funerarios.
El descubrimiento del oro, ocurrido en 1848, consiguió lo que las misiones mexicanas y españolas no habían logrado. Oleadas de colonos llegaron en búsqueda del oro y descubrieron las riquezas del paisaje. Aunque los hupas sobrevivieron gracias a la protección del aislado valle fluvial que ocupaban, para los chumash, los luiseños, los pomos y otros pueblos la vida tocó bruscamente a su fin.
Los indios californianos fueron consumados cesteros. Tanto los hombres como las mujeres pomos fabricaron recipientes, cacharros, sombreros y otros artículos que adornaron con pintorescos dibujos geométricos, a tos que ocasionalmente incorporaron plumas y conchas.