Hace mucho tiempo existía un hombre que vivía feliz. Recién casado conoció la alegría de recibir un hijo. La fama, la valentía y el honor hicieron que el Consejo de Ancianos lo eligiera como jefe de la tribu, «Antílope intrépido». Gobernaba la tribu con justicia. La felicidad, la paz y la armonía reinaban en la tribu. Pero una mañana su esposa no despertaba por lo que fue a buscar al chamán de la tribu. Este diagnosticó que la mujer había tomado una planta venenosa desconocida, que la había hecho caer en el sueño eterno. Antílope le preguntó por el antídoto, pero el chamán no tuvo una respuesta.
Como no se resignaba, se dirigió al más anciano de la tribu, quien le indicó la existencia de un hechicero que vivía en una gruta muy escondida y que cultivaba una planta milagrosa, antídoto para todos los venenos. Pero contaban que no entregaba la planta a nadie puesto que consideraba que nadie era merecedor de ella. Le advirtió también de los peligros a los que se tendría que enfrentar por el escarpado camino, pero Antílope no pensaba en nada más que en encontrar al hechicero y a su maravillosa planta.
Anduvo durante varios días en una travesía agotadora en la que llegó a perder el conocimiento. Cuando lo recuperó tuvo que luchar con un enorme oso, escalar a la cima de una catarata mientras un buitre acechaba su muerte y evadir a un águila que le estaba acosando, hasta que llegó a una cueva, a la que se accedía atravesando la fina capa de agua de la catarata. Allí encontró al hechicero, le pidió la planta para despertar a su esposa, a lo que el hechicero contestó: «Nada tiene secretos para mí, sé todo lo que has sufrido en tu camino, y sé que los dioses se pusieron de tu parte y te proporcionaron la rapidez del guepardo para huir del oso, que te perseguía; luego, te dieron la fuerza del oso para escalar la catarata; más tarde, te dotaron con la astucia del coyote para vencer al águila; y al final, te concedieron la vista del águila para llegar a mi cueva. Los dioses están contigo, pero no crees que sería mejor que te diera la planta a ti, que estás casi muerto después de tu dura odisea?». A lo que Antílope se negó. El hechicero le pidió algo a cambio de los milagrosos poderes de su cultivo y Antílope le ofreció su corazón, tan admirado por los dioses que le ayudaron a llegar hasta allí. Entonces, el hechicero le replicó que hasta ahora, sólo él se había hecho merecedor de sus poderes pues poseía un corazón puro y sincero.
Se ofreció a acompañarle hasta su poblado para curar a su esposa. El hechicero condujo al jefe a su tribu por una senda secreta que sólo él conocía, y sólo dando a oler la planta milagrosa a la mujer de Antílope, ésta despertó de su profundo sueño, a la vez que el mágico hechicero desaparecía por el horizonte.