El noreste es una región de bosques, lagos y ríos que abarca los fríos y rocosos paisajes erosionados por los glaciares al norte de los Grandes Lagos y el río San Lorenzo y se extiende hasta las extensas, cálidas y fértiles llanuras del litoral atlántico y los valles del Misisipí y del Ohio.
Los habitantes de los límites nórdicos de esta zona cultural, que bordean los inmensos pinares y bosques de piceas del subártico, convivían con deshielos tardíos y marcadas heladas tempranas que habrían acabado con el maíz y otros cultivos practicados por sus vecinos del sur. Los ojibwas, abnaki, micmac y otros grupos septentrionales algonquino parlantes llevaron una vida nómada y condujeron las canoas de corteza de abedul por lagos y vías navegables aparentemente infinitas, siguiendo la ronda estacional de caza, recolección y pesca.
Los lejanos antepasados de las tribus hortícolas más meridionales probablemente practicaron un estilo de vida muy parecido. Se han descubierto campamentos de grupos altamente móviles de cazadores de grandes animales que, con toda probabilidad, se remontan a fecha tan temprana como 16000 a.C., período en que los glaciares cubrían el norte.
Al recorrer el territorio, los algonquino-parlantes solían montar sencillos tipis o tiendas cónicas revestidos de corteza de árbol o de piel de animales. En los campamentos estivales e invernales, que eran más estables y de los cuales salían a recolectar alimentos, construían complejas estructuras cónicas de estacas recubiertas con corteza de abedul o de olmo cosida o con cueros animales, a las que denominaban wigwam.
Los pueblos de los bosques septentrionales recogían una gran variedad de alimentos vegetales, que iban del arroz silvestre, pasando por una gramínea que crecía a orillas de los lagos, a los arándanos, y competían con los osos por esta exquisitez que crecía en las laderas de las colinas asoladas por los incendios. Cazaban animales como ciervos y alces, a los que honraban en tanto regalos de los espíritus animales, a los que en ocasiones reconocieron como antepasados de los cazadores propiamente dichos. Los micmac construyeron presas de piedra, trenzaron ramas para pescar anguilas y utilizaron canoas de alta mar para atrapar marsopas.
La vida seminómada fue menos necesaria al sur de los lagos Superior y Erie, donde la capa de suelo rico cubre la roca firme y los resistentes abetos y piceas son reemplazados por pinos y ejemplares de hoja caduca. Los veranos más largos y los inviernos menos rigurosos permiten el cultivo de maíz, judías y calabazas. Los pueblos algonquino parlantes como los illinois, los ojibwas meridionales y los menominis desarrollaron un estilo de vida más asentado que sus vecinos nórdicos. Lo mismo puede decirse de los winnebagos y otros grupos de lengua sioux, los delawares, los wamparioags y otros indios de la llanura litoral atlántica. Aunque la caza y la recolección mantuvieron su importancia -sobre todo para los que recogían crustáceos y otros ricos recursos marinos-, la estación agrícola dominó el ritmo de la existencia.
La significación de la agricultura se evidencia claramente en las culturas constructoras de montículos que, h. 500 a.C, se desarrollaron en los fértiles valles fluviales. Los integrantes de la cultura de Adena fueron cazadores y recolectores, pero en el valle del Ohio había tantos recursos que desplegaron una compleja vida ritual y ceremonial, simbolizada en monumentales terraplenes como el Gran Montículo de la Serpiente.
Varios siglos después, cuando en la zona surgió la cultura de Hopewell, el pueblo desarrolló una sociedad incluso más jerarquizada y compleja. A diferencia de las sociedades más o menos igualitarias que la rodeaban, la cultura de Hopewell concentró sus esfuerzos creativos en la élite social y religiosa. Nos han legado exquisitos ejemplos en piedra, cerámica, madera y metal de sus dotes artísticas, así como un grandioso complejo de montículos ceremoniales en las proximidades de la actual ciudad de Hopewell, en Ohio, de la que esta cultura recibe su nombre. Con el paso del tiempo, durante cerca de medio milenio los habitantes de Hopewell transformaron la vida cultural del medio Oeste desde los Grandes Lagos hasta el golfo de México.