En tanto dadora de vida, la mujer era el microcosmos de la Madre Tierra. Por esta razón los indios veneraban a las mujeres y en ocasiones temían sus poderes. A semejanza de otras épocas de transición, en las que el cuerpo se encontraba en un estado de inestabilidad física y espiritual, consideraban que la primera menstruación era un período de extraordinario poder y peligros potenciales.
Los ritos de transición que marcan la primera menstruación solían incluir el aislamiento de la joven en una pequeña choza apartada de la aldea. Le explicaban los diversos tabúes que tenía que respetar a lo largo de las menstruaciones posteriores, entre otras razones la convicción de que la sangre menstrual era una sustancia muy peligrosa y que si entraba en contacto con objetos sagrados podía privarlos de su poder y desencadenar enfermedades. Para muchas mujeres representó un severo contratiempo, pues mensualmente pasaban varios días sin poder cumplir sus tareas cotidianas. Empero, también era un período de reposo y regeneración.
Los lakotas llamaban a los días de aislamiento durante la menstruación isanti o «morar en solitario». Creían que la menstruación era una purificación natural, por la cual la mujer no necesitaba someterse a la purificación ritual regular en el refugio del sudor, como hacían los hombres.
El primer Kinaalda, es practicado para celebrar la menstruación -cuatro días después del nacimiento- de la figura denominada Mujer cambiante, hija del Primer hombre con la Primera mujer y antepasada de los navajos. El Kinaalda» que se practica incluso en nuestros días, forma parte del «camino de las bendiciones», ciclo de ceremonias que abarca la totalidad de los ritos de transición de los navajos.