Muchos grupos de indios norteamericanos juegan al lacrosse, deporte violento y de mucho contacto corporal entre dos equipos que ocupan los respectivos extremos de un campo de grandes dimensiones.
El vocablo procede de la crosse («báculo»), nombre con el que lo bautizó un misionero francés del siglo XVII porque el palo curvo de los participantes le recordaba el báculo obispal.
Este deporte consiste en trasladar la bola de madera con el palo, en cuyo extremo tiene una red, y hacerla cruzar los postes de la meta del adversario, pasándola entre los jugadores tantas veces como sea necesario.
Hasta la primera época de la ocupación europea, los partidos solían celebrarse entre aldeas, los equipos llegaban a tener cien jugadores y había muchos cientos de espectadores. Cabe precisar que era algo más que un juego. Los iroqueses -a los que debemos la modalidad moderna del lacrosse- lo consideraban un don del Creador y lo practicaban de forma ceremonial en ocasiones como los rituales de la plantación y la cosecha, con el fin de aplacar los espíritus.