El europeo concibe el pasado como una carretera larga y recta que retrocede del aquí y ahora hasta un punto lejano e invisible del horizonte. Esta perspectiva lo convierte en un sitio extraño y remoto y distancia a las personas de sus ancestros, incluidos sus propios antepasados. Cabe reseñar que muchos grupos indios consideran que el paso del tiempo no es lineal sino circular y que se caracteriza por el nacimiento, el desarrollo, la madurez, la muerte y la regeneración de todo lo que la tierra comparte: las plantas, los animales y los seres humanos. Este patrón se repite en la salida y la puesta del sol y en los ciclos lunar y solar. El pasado es el sitio donde residen todas las cosas que han cumplido el ciclo. Ahora esas cosas están «allá afuera» y no son distantes, sino inmanentes.
Cualquiera sea su tradición cultural, los norteamericanos nativos consideran que la salida y la puesta del sol configuran el ritmo fundamental de la vida cotidiana, que es lo que piensan la mayoría de los pueblos. Los nativos americanos consignan de diversas maneras el paso de períodos más largos y a menudo se atienen a un calendario natural cuyos marcadores se corresponden con los cambios que se producen en el mundo que los rodea. Por ejemplo, el desove de los salmones es un marcador estacional clave para los pueblos de la costa noroeste, mientras que los habitantes del desierto reparan en la maduración de los frutos del saguaro. En muchas culturas la vida comunitaria sigue los ritmos de la naturaleza. Entre los iroqueses es tradicional celebrar la llegada de la primavera, el verano y el otoño con motivo de la floración de los arces (febrero a marzo), la aparición de las primeras fresas (junio) y la maduración de la cosecha de maíz (octubre).
También es probable que algunos pueblos midieran el tiempo mediante la observación de la posición de los cuerpos celestes. Por ejemplo, cabe la posibilidad de que las enigmáticas «ruedas medicinales» de las llanuras septentrionales se utilizasen para consignar desplazamientos astronómicos.