Se trata de una actividad peligrosa, pues los cazadores han de internarse mar adentro y moverse en medio de la manada con el fin de clavarle el arpón a un ejemplar. El esfuerzo vale la pena porque las toneladas de carne y de grasa que produce una ballena alimentan a muchas familias.
La temporada de caza comienza en primavera, cuando las ballenas migran hacia el norte siguiendo las costas de Alaska y del Labrador rumbo a sus guaridas estivales. Los cazadores de ballenas se hacen a la mar en un umiak, bote de madera de deriva revestido de cuero de morsa o piel de foca estirados. Este tipo de embarcación ronda los nueve metros de longitud y puede trasladar hasta diez tripulantes. Cuando una ballena asoma a la superficie en las proximidades de la barca, el arponero le clava el arma. La ballena herida se sumerge rápidamente y arrastra una línea a la que están atados flotadores de piel de foca llenos de aire. Cada vez que el animal que se debate sale a la superficie, los cazadores le clavan más arpones. Agotada a causa de las heridas y de los intentos de sumergirse pese a la resistencia de los flotadores, la ballena se da por vencida y es sacrificada con un postrer arponazo.
Los cazadores remolcan el animal muerto hasta la orilla -maniobra difícil porque el mar suele estar embravecido- y lo despiezan. Los habitantes comparten la carne y la grasa y el excedente cárnico se almacena en «despensas» cavadas en el suelo helado. La grasa de ballena se derrite para preparar aceite, con el que se comercia.