Los cazadores árticos y subárticos se rigen por severos códigos de respeto hacia sus presas. En el festín que celebran después de la cacería, los cris del lago Mistassini depositan alimentos sobre la hoguera para que los espíritus de los animales muertos los ingieran a través del humo.
Los osos son muy sensibles y colocan los huesos del animal despiezado en una tarima elevada a fin de espantar a los carroñeros. Si el oso descubre que sus restos no han sido correctamente tratados, el transgresor y su familia sufren.
Algunos inuit opinaban que, una vez sacrificado, debían cortar la cabeza del caribú para poner fin a los sufrimientos de su alma. Los cazadores de ballenas mantenían limpios y organizados los campamentos por respeto a su presa, ya que creían que apreciaba el orden.
Los inuit creían que estos amuletos de marfil con la foca y el oso polar, que colocaban en las cuerdas de arrastre de animales sacrificados, conquistaban el favor de dichos animales y traían suerte al cazador.