Las montañas occidentales descienden hasta el mar a lo largo de la costa noroeste. Donde no existen grandes islas litoraleñas que sirvan de protección, el oleaje rompe en las laderas escarpadas y arboladas y la marea sube muchos kilómetros por empinados valles anegados y llega a los fríos bosques interiores. Las corrientes oceánicas cálidas serpentean entre las islas y los llanos costeros, por lo que crean exuberantes pluviselvas templadas rodeadas de arena y de calas. Más allá de las cordilleras y fiordos se abre una extensa meseta seca en la cual los bosques de coniferas quedan separados por el escarpado terreno de prados abiertos, cubiertos de artemisa y salpicados de robles. El agua del deshielo glaciar, procedente de las montañas, alimenta los lagos dispersos y dos grandes sistemas fluviales, los de los ríos Columbia y Fraser.
Los pueblos de estos contrastados paisajes compartieron la dependencia del salmón. En primavera los peces adultos y maduros nadan río arriba desde el mar y aovan entre los guijarros de las aguas someras del río. El salmón representó una fuente de alimentos tan previsible como las estaciones y la única agricultura practicada en los fértiles deltas fluviales y en el litoral fue el disperso cultivo del tabaco.
Aunque no hubiese habido salmones, los recursos abundaban en la costa, pues había truchas, bacalaos, halibuts, arenques, eperlanos y otros peces. Un ejemplar pequeño, el oolichan, contiene tanto aceite que lo secaron, le pusieron una mecha y lo utilizaron como vela. También proliferaban los mamíferos marinos. Los nootkas y los makah se consagraron a la captura de ballenas y todos los pueblos cazaron focas, marsopas, leones marinos y nutrias de mar. Las almejas, los mejillones, los erizos de mar y las ostras eran tan abundantes que los yacimientos de aldeas antiguas se caracterizan por cúmulos de conchas de muchos metros. Los bosques circundantes estaban pletóricos de raíces feculentas y bayas, así como de ciervos, castores, osos, martas y otros animales de caza menor.
La ubérrima abundancia natural dio origen a una de las culturas más complejas de América del Norte. La materia prima fue la madera blanda pero resistente del cedro rojo. Las casas del norte dispusieron de montantes de madera revestidos de planchas superpuestas de cedro y de una gran parhilera que sustentaba el techo de dos aguas. Con frecuencia tallaron y pintaron las viviendas. Las casas del sur eran más grandes, con techo de cobertizo y pocos o ningún adorno.
Los artistas septentrionales tallaron y pintaron postes, fachadas de casas, embarcaciones y utensilios domésticos con timbres heráldicos de estilos sorprendentemente complejos y peculiares. Los «postes totémicos» fueron la expresión artística más acabada de la creencia en las fuerzas creadoras fundamentales, sobre todo entre los tlingít, los haidas y los tsimshian. Este despliegue artístico corrió parejo con la marcada naturaleza clasista de buena parte de la socíedad de la costa noroccidental.
En las zonas de la región en que los pueblos se dividían en nobles, plebeyos y esclavos, la representación material de la condición social era fundamental. Individuos, familias y clanes poseían y exhibían imágenes de antepasados anímales y otras figuras mitológicas. Ostentaban el derecho de ciertos nombres, títulos, canciones, bailes y mitos, así como de territorios de pesca, caza y zonas ricas en crustáceos. En los sectores en que la sociedad estuvo menos estratificada como ocurrió con los salish y los chinook, se representaron menos símbolos relacionados con la condición social y los artistas se dedicaron a plasmar objetos religiosos.
Los pueblos del interior que habitaron junto a los sistemas fluviales del Fraser y del Columbia fueron cazadores y recolectores y se basaron en los peces, los ciervos, los alces, los musmones, los conejos y otros animales de caza menor, además de aprovechar las plantas de los prados y los bosques. Sin embargo, no estuvieron totalmente desligados de las culturas de su enlomo. Tal como apuntan las tallas en piedra de efigies y animales, la cultura de la costa del Pacífico les llegó con las canoas de trueque probablemente desde la antigüedad. En fecha más reciente, grupos como los nez percé comprobaron que el caballo se adaptaba a la perfección a los pastos de la meseta.