El principio del mundo estaba impregnado por la oscuridad.
De ahí surgió un disco blanco con un pequeño hombre sentado: el Creador. Comenzó a mirar a su alrededor y todo lo que veía se iba iluminando. Creó las nubes y las rellenó con dos gotas de sudor de su rostro, convirtiéndose en un hombre y en una mujer. Así vivieron juntos el creador, el sol, el hombre y la mujer. Pero la nube se quedó pequeña y decidieron crear la tierra juntando el sudor de las manos de los cuatro.
El creador empujó con su pie una bola de barro y ésta comenzó a crecer. Pero en ella no había montañas, ni ríos, ni árboles y temblaba constantemente, por lo que el creador la sustentó sobre cuatro columnas. Aparecieron algunos hombres imperfectos (carecían de ojos, boca, nariz...) para ayudarle a poner un cielo sobre la tierra. El sol y la mujer de la nube fabricaron la «casa del sudor» con cuatro piedras calientes, en ella entraban las criaturas imperfectas y salían con los rasgos definidos. Así el creador repartió las funciones: cielo-muchacho (responsable del resto de las personas), hija-tierra (encargada de la fertilidad y las cosechas) y muchacha-polen (cuidadora de las personas que están por llegar).
Cuando el creador ofreció al mundo la diversidad (animales, plantas, accidentes geográficos...) llegó el gran diluvio. Entonces creó un árbol gigante para que sus ayudantes pudieran permanecer a salvo. A los doce días el agua retrocedió, entonces descendieron todos y el creador les asignó las tareas convenientes para crear un mundo perfecto. Entonces el creador y la mujer de la nube se frotaron sus cuerpos y del roce saltaron chispas, que prendieron fuego a un montón de madera preparada. El creador entregó a los humanos fuego y se marchó a vivir con la mujer de la nube.