Desde muy antiguo el cielo está arriba y la tierra abajo, entre ambos se sitúa el territorio de los vientos, las nubes y cada estrato tiene sus seres, unidos por un gran árbol que relaciona los diversos mundos. La copa del árbol era el lado de la abundancia. Los hombres de la faz de la tierra iban allí a proveerse de alimentos subiendo y bajando por este «árbol de la vida».
Un día no cumplieron con sus tradiciones solidarias y no entregaron lo mejor a quienes tenían dificultades para escalar el gran árbol. Los ancianos se quejaron y el Gran Fuego lo arrasó todo. Algunos de ellos, junto con los antepasados vagan por la vía Láctea en forma de estrellas o constelaciones.
Otros se salvaron metiéndose debajo de la tierra y después salieron de ella a través de los agujeros realizados por los escarabajos. Procreaban eyaculando juntos en un cántaro de calabaza. En una ocasión, notaron que parte de lo que cazaban o pescaban desaparecía sin motivo aparente. El gavilán les avisó que había extraños seres que venían del cielo. Así, los hombres, provocaron una lluvia de flechas y algunos de estos extraños seres celestes cayeron incrustándose en la tierra. El armadillo los sacó con sus uñas. Estos seres tenían dos bocas dentadas, una en medio de la cara y la otra en medio del cuerpo, por ambas devoraban la comida robada.
El frío hizo que estos seres se acercaran al fuego encendido por los hombres, pero el águila les arrojó una piedra que hizo caer todos los dientes de la boca inferior menos uno, que resultó ser el clítoris, pues se trataba de mujeres. Desde entonces nacen niños y niñas, de la unión de hombres y mujeres. El poder de las mujeres es de origen celeste y los hombres detentan el poder terrenal.