El siguiente relato, de los winebagos de Wisconsin, sirve para ilustrar la torpeza del embustero (en este caso la Gran Liebre) y la vulgaridad de muchas narraciones sobre este personaje. La Gran Liebre mató varios patos; los puso a asar en una hoguera mientras se echaba una siesta y le dijo a su ano que vigilara. Unos zorros robaron la carne, y al despertar y ver lo sucedido, la Gran Liebre se volvió hacia su ano y le dijo, enfadada: «¿No te he dicho que vigilaras el fuego? ¡Voy a darte una lección!» Cogió una tea y quemó la entrada del ano, gritando.
Gimiendo por su estupidez, la Gran Liebre se marchó cojeando. En el camino encontró un trozo de grasa. Se puso a comerla y le pareció deliciosa, pero de pronto se dio cuenta de que eran sus propios intestinos, que se le habían salido por el ano. «¡Qué razón tiene la gente cuando me llaman imbécil!», exclamó, y volvió a colocarse los intestinos. Al hacerlo, tiró con fuerza para trazar arrugas y curvas, razón por la que el ano de los humanos tiene la forma actual.