En las comunidades donde cada individuo poseía una categoría social y un rasgo específico, los habitantes demostraban hasta dónde llegaba su riqueza material regalando una parte o quemándola en una ceremonia potlatch, A veces el jefe de un clan u otro noble recibían cientos de invitados con danzas espectaculares y copiosos festines. La riqueza en juego era realmente impresionante: los artículos que se regalaban o ardían en las hogueras incluían telas, pieles, vestidos, cestería, utensilios, cuentas y canoas.
Tradicionalmente la potlatch se celebraba para festejar ritos de transición como el nacimiento, la pubertad, el matrimonio, la herencia y la muerte. Durante la potlatch, el clan ponía de manifiesto su riqueza material, su poderío y su vinculación con el pasado. Cada canción, danza, imagen y traje representaba la herencia y la vitalidad del clan.
Las fiestas alcanzaron su culminación con la llegada de los artículos comerciales europeos y en cierta ocasión se regalaron treinta y tres mil mantas. Cuando la vida tradicional quedó sometida a presiones, las potlatches alcanzaron proporciones tan desorbitantes que en 1885 el gobierno canadiense las prohibió por considerarlas un despilfarro antiprogresista.
Siguieron celebrándose en secreto hasta que, en 1950, la proscripción dejó de estar en vigor.