La tierra siempre ha sido el eje de la identidad nativa. Al igual que otros pueblos, sobre todo los organizados como sociedades tribales, los indios se relacionaron estrechamente con el mundo físico, ya fuera para buscar plantas, acechar presas, talar árboles, roturar la tierra, cruzar el bosque o atravesar un campo. La estructura de la vida nativa y las características de la expresión cultural india quedaron determinadas, más que nada, por los ritmos naturales sempiternos de los medios ambientes específicos en que vivieron.
Por muy estrecha que sea la relación entre los indios y el paisaje, se trata de una peculiaridad fácil de alterar o quebrar. Por ejemplo, la sequía obligó a los antiguos anasazis a abandonar sus complejas ciudades y adoptar un estilo de vida más sencillo en otras partes. La introducción por parte de los blancos tanto de los caballos como de las armas en las llanuras y en las regiones vecinas forjó nuevas relaciones entre los pueblos cazadores y los territorios de caza. De todas maneras, estos cambios fueron más paulatinos que la traumática ruptura producida cuando, en el siglo XIX, los colonos blancos se trasladaron al oeste y expulsaron a los indios de sus territorios tradicionales. A pesar de todo, la vida de los aborígenes perduró, determinada como siempre por lo que cada pueblo tomaba de la tierra y daba a cambio.