En ocasiones las sociedades sagradas se especializaron en la práctica de determinado deporte. Los juegos de equipo fueron sin duda actividades recreativas pero, como la mayoría de las facetas de la vida de los nativos, también desempeñaron una función social y religiosa de mayor alcance.
El ejemplo más extendido es el juego del aro y la vara. Practicado en todo el continente americano, era un deporte excluyentemente masculino que consistía en arrojar una lanza o una flecha hacia un aro o anilla que rodaba por el suelo. El aro tenía importancia simbólica. La versión zuñí incluía un aro cubierto por una red que representaba la tela de la protectora ancestral a la que llamaban Mujer Araña.
Se trata de un juego muy antiguo y poseía una extraordinaria diversidad, tanto en los objetos utilizados como en las reglas. Aunque la cantidad de jugadores era variable, al parecer siempre hubo dos equipos, que tal vez simbolizan una dualidad esencial como «nosotros» (el pueblo) y «ellos» (las fuerzas ocultas). Si se hacían apuestas, como en el caso de los arapahos, las ganancias se repartían entre los miembros del equipo.
En ocasiones era importante la época en la que se celebraban los encuentros. Por ejemplo, los wascos de la costa noroccidental practicaban este juego para marcar la primera captura de salmones de la temporada.