Los pueblos de América del Norte no tenían escritura y casi toda la historia se transmitió oralmente a través de los narradores que aplicaron reglas nemotécnicas para recordar detalles con frecuencia complejos, lo que no significa que los indios careciesen del modo de registrar los hechos históricos. Por ejemplo, muchos grupos de las llanuras contaban con un.i modalidad de archivo permanente conocido como «cómputo de invierno». Cada año, casi siempre durante la estación fría, pintaban un símbolo o una figura realista en una piel de bisonte de grandes dimensiones, especialmente procesada, con el propósito de conmemorar el acontecimiento más significativo que ese año había afectado a la comunidad.
El calendario Set-t'an de los kiowas de 1882 documenta los esfuerzos del ser sagrado Patepte por recuperar los rebaños de bisontes que, en aquel período, desaparecieron rápidamente de las llanuras.
El calendario muestra la figura del hechicero sentado en el refugio sagrado, ataviado con la manta de ceremonias roja, bordeada de plumas de águila, y con un bisonte a su lado.
Aunque podía variar, casi siempre la organización de las imágenes del cómputo de invierno se disponía en espiral y la más antigua figuraba en el centro. Algunas pieles contienen más de dos siglos de historia tribal. Sólo unas pocas consignan la sucesión constante de acontecimientos y el pueblo llevaba el cómputo de invierno en la medida en que era capaz de referir los hechos que representaba.
Los maricopas, los pimas y los tohonos O'odham (papagos) del suroeste marcaban el paso del tiempo tallando anualmente símbolos en el lado aplanado de los «palos del calendario»: tiras de madera de aproximadamente 1 m de longitud. Cada símbolo representaba un acontecimiento que distinguía determinado año, hecho que era recordado por el «conservador de los palos del calendario, especialista que ocupaba la misma jerarquía que los sanadores, los cantantes y los alfareros. Por la época de la cosecha estival del saguaro, cada año se tallaba un nuevo símbolo. Los conservadores de cada comunidad intercambiaban conocimientos, Io que les permitía estar informados de los hechos que acontecían más allá del entorno inmediato.
Los palos eran tan exactos que los miembros de más edad de la tribu sabían con precisión la fecha de su nacimiento. Al igual que los computos de invierno, la utlilidad de los palos en tanto documentos históricos dependía de la memoria de los individuos. Ocasionalmente, se vendían a la muerte de los conservadores, pero la práctica más corriente consistía en destruirlos.
En el noreste los acontecimientos importantes solían consignarse en cinturones de cuentas de conchas. Los conservadores de estos cinturones memorizaban los detalles de los hechos registrados. Se utilizaban como archivos de tratados, como el de la fundación de la Liga Iroquesa.
Los lenni-lenapes (delawares) del noreste llevaban un registro histórico pictórico denominado Walum Olum. Pintado en corteza de árbol, describía más detalles que otros, pero seguía dependiendo de la memoria de un narrador cualificado. Los acontecimientos representados se relataban durante las narraciones ceremoniales que duraban semanas y exigían un gran esfuerzo de memoria por parte del narrador. Perdura un fragmento que trata de la época de contacto con los europeos, que comienza h. 1600 y termina h. 1818.