A pesar de la enorme diversidad de culturas de Norteamérica, existen relativamente pocos tipos de mitos sobre la creación del mundo. La mayoría de los pueblos nativos atribuyen la concepción del universo, sí no su creación, a una divinidad suprema o «Gran Espíritu».
Se otorga gran veneración a este ser, conocido como Gitchi Manitú entre los algonquinos de los bosques nororientales y como Wakan Tanka entre los lakotas de las llanuras, pero es demasiado pasivo y de definición excesivamente vaga como para considerarlo una personalidad diferenciada. En muchos casos, su único papel consiste en crear figuras más definidas, como la Madre Tierra y el Padre Cielo, deidades muy extendidas, o el Sol y la Luna, a los que se atribuyen otros actos de creación cuando el dios supremo se retira al cielo. Estas figuras también pueden aparecer como instrumentos de la creación de los seres humanos.
En la mayoría de los relatos sobre la creación encontramos figuras animales como deidades activas: por ejemplo, en zonas dispersas del oeste, se cuenta que la Araña tejió una tela que acabó formando la tierra. Pero el mito más común es el del Buceador de la Tierra, ser en muchos casos humilde que desciende hasta el fondo del mar primordial y recoge barro que, al expandirse, forma la tierra. El mundo descansa sobre la espalda de una tortuga, personaje corriente en la mitología de los bosques. Al igual que los relatos sobre un gran diluvio que aparecen en algunas versiones del mito sobre la creación, este tipo de mito tiene paralelismos en Eurasia, circunstancia que indica que podría haber emigrado hacia el este.