Según muchas tradiciones aborígenes, naturaleza y espíritu son inseparables e ínterdependientes: los espíritus residen en todas las cosas y todas las cosas forman parte de la naturaleza. La tierra configura el centro de este sistema. La mayoría de los pueblos nativos la respetan en tanto fuente del incesante ciclo de generación, destrucción y regeneración por el que, según creen, pasan la totalidad de las cosas. La perspectiva de la tierra como poderosa fuerza nutritiva se manifiesta en el concepto de la Madre Tierra, compartido por los indios, si bien , existe un encarnizado debate entre los eruditos para dilucidar si esta imagen es anterior al contacto con los blancos o constituye, básicamente, una interpretación europea.
En muchas narraciones nativas está incluida la concepción de la tierra como anfitriona de los seres humanos. Muchas tradiciones consideran que la humanidad está espiritualmente arraigada en la tierra, que le dio la vida de la misma manera que el suelo da origen a las plantas. Sin embargo, los pueblos no se consideran más importantes que otras cosas vivas o inanimadas. Todos los seres deben compartir la tierra en igualdad de condiciones y ser responsables.
Esta actitud contrasta con la tradición judeocristiana introducida por los misioneros, que sustenta que Dios concedió a los humanos el dominio de la tierra y de los restantes seres vivos. Las tradiciones aborígenes veneran ampliamente los animales y algunos pueblos los consideran los creadores del mundo. Para muchos el Creador fue el «buceador de la tierra», una tortuga u otro animal de pequeño tamaño que extrajo el barro de las profundidades primigenias y, a partir de este material, modeló la Tierra. . Un relato de los crows cuenta que Viejo Coyote creó la tierra soplando un pequeño trozo de barro que los patos trasladaron desde el fondo de las aguas. Según las convicciones nativas, los animales poseen espíritu, lo mismo que los seres humanos, y participan de una compleja relación recíproca con las personas, las plantas y la tierra. Los animales suelen desempeñar un importante papel a la hora de enseñar a los seres humanos a comportarse. Por ejemplo, los timadores -que a menudo se presentan con forma de animales- transmiten valiosas lecciones morales a sus vecinos humanos.
En la base de cada cultura autóctona está presente el profundo respeto que cada pueblo muestra por la región que habita. Además de fuente de identidad y fortaleza, el paisaje es sagrado. El antropólogo tewa Alfonso Ortiz ha declarado que su abuela le aconsejó que retornase al hogar cada vez que se sintiera distanciado de su alma, pues las cuatro montañas sagradas que marcan las fronteras del mundo tewa lo renovarían espiritualmente.