Para muchos pueblos indios, el parentesco fue la clave de la estabilidad, la integridad y la supervivencia de la comunidad. Por ejemplo, ser sobrino o hija equivalía a desempeñar un papel específico, con derechos y obligaciones claramente definidos en relación con los demás. Los que se incorporaban a las aldeas como forasteros -incluso los cautivos blancos- frecuentemente eran adoptados en tanto «primos» o «hermanos», con lo cual su posición social carecía de ambigüedades y la integridad del grupo se mantenía intacta.
Los ancianos desempeñaron un papel radicalmente importante. Por tradición, casi toda la crianza de los niños recaía en los abuelos porque se consideraba que los padres estaban demasiado ocupados con los trajines cotidianos y todavía no habían alcanzado la sabiduría necesaria para transmitirla a sus hijos. Los ancianos fueron y siguen siendo la fuente del alimento y la formación morales y, en tanto narradores, el receptáculo de la herencia mitológica y espiritual de cada pueblo. Por encima de todo, son los encargados de perpetuar las tradiciones sagradas de la comunidad.
Los indios suelen considerar la comunidad como una extensión del mundo natural, abundante en espíritus. Los clanes (o grupos de familias) y las sociedades sagradas se consideraban descendientes de un espíritu animal o tótem, palabra que los antropólogos han tomado de la ojibwa odem, que podríamos traducir como «aldea». Por ejemplo, los iroqueses se dividen en grupos que reciben nombres como el clan de la tortuga, el clan del oso y el clan del lobo, cada uno de los cuales está encabezado por una madre clan.
Es posible que el animal totémico haya ayudado a un antepasado durante la cacería o contribuido a que encontrase el camino de retorno al hogar. En otros casos, un integrante del clan sale a la búsqueda de un animal para adoptarlo como tótem de su grupo.
Por ejemplo, los miembros del clan de la araña de los osages cuentan que, en cierta ocasión, un joven fue de expedición al bosque en busca de un animal totémico. Seguía las huellas de un ciervo cuando tropezó con la tela de una gran araña. Esta le preguntó por qué había tropezado con la telaraña. El joven respondió que seguía las huellas de un ciervo porque buscaba un animal fuerte para convertirlo en símbolo de su clan. La araña declaró que, pese a su apariencia de criatura pequeña y débil, poseía la gran virtud de la paciencia.
Además, tarde o temprano todos caían en sus redes, como acababa de sucederle al hombre. Impresionado por esa explicación, el joven retornó a su clan, que adoptó la araña como animal totémico.
Los individuos que no formaban parte de una sociedad o clan basada en un tótem podían desarrollar una relación personal con un animal totémico, que se convertía en su guía espiritual. A menudo consideraban que los clanes y los individuos adoptaban las características del tótem espiritual. Por ejemplo, se decía que los miembros del clan del oso poseían enorme fuerza y ferocidad. Los ratones son muy miopes y los cheyenes del clan del ratón adoptaron una visión miope del mundo: prestaron gran atención a lo que ocurría cerca y en lo inmediato y se preocuparon poco o nada por las cuestiones lejanas o futuras.