Erase una vez un anciano que era la persona más vieja de Laponia. Había llegado a tener casi dos mil años gracias a la ayuda de tres rayos de las luces del norte.
Aquellos tres rayos eran las almas de personas muertas que el viejo había recogido cuando se acercaban demasiado a la tierra y que ahora querían permanecer en ella. Hicieron un trato con el viejo. Mientras éste las mantuviera en su lámpara, las tres almas no podrían ser recuperadas por las luces del norte y devueltas a los cielos. A cambio capturarían almas de personas jóvenes para traspasarlas al cuerpo del viejo a fin de que éste siguiera viviendo.
En una ocasión un joven curioso vio al viejo caminando y decidió seguirlo hasta su casa. El viejo le invitó a entrar y después se aseguró de cerrar bien la puerta. A continuación soltó a las tres almas de su lámpara. Estas, aferrando al joven, hundieron las manos en su cuerpo e intentaron sacarle el alma.
En aquel momento bajaron a la tierra las luces del norte y varios rayos de luz entraron en la casa del viejo a través de una ventana y se apoderaron de las tres almas. El joven se salvó y las tres almas fueron devueltas a los cielos.
Sin ellas, el viejo pronto marchitó y se murió.