Tradicionalmente, todos los pueblos de Siberia se han dedicado a la caza y a la pesca, y muchos de ellos a la cría de renos. Los yakutios y los buriatos emigraron a la región y llevaron desde el sur la cría del ganado vacuno y equino, así como un estilo de épica mitológica propia del Asia central.
Es en la caza donde se presenta con mayor claridad la relación especial con los animales. En las creencias siberianas, los animales se ofrecen por su propia voluntad a un cazador que los respeta, poseen el mismo estatus que él y en los mitos se transforman con frecuencia en seres humanos o se casan con ellos. El oso pardo, considerado señor del bosque, tiene un alma de inmenso poder que puede resultar peligrosa, pero que también puede emplearse para la curación. Todavía en la actualidad se siguen curando las heridas frotando la parte afectada con una garra de oso o con su grasa.
La caza del oso está rodeada de tabúes, y en muchas regiones se apacigua el alma de un oso muerto con complicados ritos, como coserle los ojos para evitar que persiga al cazador, por ejemplo.
Los yukaghir hablan de un héroe ancestral mitad humano y mitad oso. Según una versión del mito, un hombre se refugió un día en la madriguera de una osa que en primavera parió un niño, quien más adelante quiso ver el pueblo natal de su padre humano; pero no soportó la vida allí y regresó al bosque. Tras derrotar a varios enemigos mágicos bajo tierra, donde encontró esposa, el hombre-oso regresó una vez más al mundo humano, a lomos de un águila y con una esposa para su hermano.
En la mitología no sólo aparecen animales vivos. En la de los evenki, el mamut, animal del que con frecuencia se encuentran restos, es uno de los señores del inframundo, y recogió barro del agua con sus colmillos para hacer la tierra. Por donde caminaba iba creando ríos y allí donde se acostaba brotaban lagos.