Así como la relación entre los hombres y los animales depende de que los primeros respeten el espíritu y el alma de los segundos, igual importancia tiene el tratamiento adecuado de las almas humanas.
Mientras que el cuerpo, parte material de la persona, es presa de la enfermedad y la decadencia, las almas humanas son objeto de ataques de espíritus malignos. Los inuit netsilik del Ártico central canadiense creían que todas las dolencias físicas se debían a los espíritus malignos que habitaban en el cuerpo y herían al alma, mientras que los esquimales inupiaq creían que la enfermedad se debía a la separación temporal del alma y el cuerpo. Si el alma se alejaba demasiado, la persona podía morir, a no ser que un chamán recuperara el alma perdida.
Los chamanes también tenían poder para hacer daño y causar enfermedades. Los esquimales inupiaq creían que la enfermedad era causada mediante la introducción de un objeto extraño por un chamán maligno que utilizaba sus poderes espirituales en beneficio personal.
Entre los koyukon athabaskans del bosque boreal de Alaska los poderes espirituales de los árboles eran especialmente apreciados para curar enfermedades. De la pícea blanca, por ejemplo, se creía que tenía un espíritu benigno y se cocían sus agujas para hacer una infusión prescrita por el chamán, que se bebía para curar diversos males.