Al igual que otras religiones tradicionales, el el sintoísmo también presenta un lado oscuro: los pecadores están condenados al equivalente japonés del infierno, un reino subterráneo, Jigoku, compuesto por ocho regiones de fuego y ocho de hielo.
El soberano de Jigoku se llama Emma-ho y juzga las almas de los pecadores varones y las asigna a una de las dieciséis regiones de castigo según el carácter de sus ofensas. La hermana de Emma-ho juzga a las pecadoras. Como parte de ene proceso, el pecador ve reflejados sus pecados en un enorme espejo y las almas pueden salvarse mediante la intercesión de las bosatsu o bodhisattvas.
Otra clase de demonio, que se encuentra en Jigoku y en la tierra, está integrada por unos seres llamados Oni, fuerzas malignas responsables de todas las desgracias, como las enfermedades y las hambrunas, que también pueden robar almas y tomar posesión de personas inocentes.
Aunque se considera a algunos Oni dotados con la capacidad de asumir forma humana o animal, o ambas, la mayoría es invisible. Los adivinos (las miko) y las personas especialmente virtuosas pueden detectar a veces a estos demonios.
Por lo general, se piensa que los Oni son extranjeros, que llegaron a Japón desde China, junto con el budismo, una forma de vida a la que algunos se convierten.