Nació: en París, Francia, el 23 de octubre de 1844. Falleció: en París, el 26 de marzo de 1923.
Sarah Bernhardt fue una legendaria actriz de inmensa presencia escénica que dominó los teatros franceses, considerada como la mejor de todos los tiempos.
Henriette Rosine Bernard era bella, independiente y culta. Fue admirada por Víctor Hugo, Wilde, Proust y Doré. En un tiempo en el que el teatro se caracterizaba por declamaciones histriónicas, su actuación se basaba en la naturalidad: construía sus interpretaciones a partir de la psicología de los personajes. Dueña de un innegable carisma, Bernhardt subyugó a su público. Tuvo un séquito de admiradores y de amantes. Fue la primera actriz empresaria dentro del mundo del espectáculo.
Dicen que resultaba hipnótica: era alta, delgada, de pelo rubio, ojos azules, excéntrica. Llegó a vivir con un león, un tigre, un mono, un cocodrilo, gran cantidad de loros y varios perros; le daba igual dormir en un ataúd que en una cama de doble plaza; no tenía reparos en posar desnuda si necesitaba dinero; podía representar con igual soltura a Hamlet o a Ofelia e interpretar a un muchacho de veintiuno, teniendo ella misma cincuenta y seis años; y con apenas prestar su imagen podía hacer que un pintor y cartelista, tal fue el caso de Alphonse Mucha, se convirtiera en una celebridad.
Su mamá se ganaba la vida como prostituta de lujo y tuvo cinco hijas. Sarah, la tercera, nunca conoció a su padre biológico. Fue educada en el monasterio de Grands Champs, en cuyo teatro interpretó su primer papel. Entonces no soñaba con ser actriz sino que influida por el ambiente místico quería hacerse monja. Pero fue una aspiración fugaz, pues abandonó el lugar a los quince y aunque se negó a seguir los pasos de su madre, merodeando entre sus clientes conoció al duque de Morny, quién la ayudó a ingresar al Conservatoire de Musique et déclamation.
El comienzo de su carrera fue auspicioso: ganó un segundo premio en tragedia y una mención en comedia, y al finalizar sus estudios entró en la Comédie Française. Pero su fuerte personalidad la enfrentó a varios de sus compañeros, por eso dejó el lugar e ingresó al Teatro Gymnase, donde sólo interpretó pequeños papeles.
Tenía veinte años cuando conoció al príncipe de Ligne, quien luego de una relación breve y apasionada en la que Sarah quedó embarazada, la abandonó. Por eso, luego de dar a luz a su hijo, sola y sin perspectiva ;como actriz aceptó la oferta de su madre y trabajó como cortesana. No obstante siguió intentando actuar y finalmente entró en el Odéon. Allí dio comienzo a su imparable andadura en los escenarios.
Sus interpretaciones fueron tan bien recibidas que su triunfo fue absoluto. Su intuición para captar la psicología de los personajes, sus despliegues de patetismo y su particular voz de timbre cristalino hicieron que el público alucinara por verla. Trabajó con intensidad hasta que, saturada por la dinámica de la Comédie, presentó su renuncia y se enfrentó a una demanda judicial. Pero redobló la apuesta. Montó su propia compañía y comenzó una serie de giras que le reportó importantes ganancias y de la que volvió casada con el actor Jacques Damala. De nuevo en París, trabajó en el montaje de diversas obras y si bien se declaró en bancarrota, resurgió y se embarcó en una gira mundial. Con la irrupción del cine Bernhardt filmó varias películas y al cabo empezó su declive. Una noche, interpretando Tosca se lanzó desde un barranco en el papel de la heroína, se hirió la pierna y tuvieron que amputársela. Pero siguió actuando, hasta que la muerte la sorprendió en el rodaje de La Voyante.
Era para todos, la «Divina Sarah». Uno de los papeles de mayor éxito en su carrera fue el de la protagonista de la adaptación de La Dama de las Camelias, novela de Alejandro Dumas hijo. Cuentan que haciendo su interpretación de esta cortesana desgraciada, en una ocasión la escena de la muerte resultó a tal punto impresionante, que algunos miembros del público se desmayaron del impacto y otros estallaron en lágrimas.