Los orígenes de la civilización china están estrechamente unidos a su entorno favorable. En China cabe distinguir tres zonas ecogeográficas:
La primera es la franja templada del norte, con sus llanuras fértiles beneficiadas por los ricos aluviones del río Amarillo, permitía el cultivo de mijo, cáñamo, árboles frutales y moreras, y la aparición de prados, muy favorable para la evolución de las plantas y animales silvestres y domésticos, y el asentamiento humano. No obstante, sus inviernos eran duros y existía el peligro de la sequía y las inundaciones.
La segunda zona es la franja meridional, con su clima suave, estable y húmedo, con aluviones del río Yangtsé que permitían cultivos de propagación vegetativa durante todo el año. Su sistema agrícola acuático era favorable al cultivo del arroz, legumbres, loto, bambú, y a los peces y tortugas.
La tercera zona es la franja del extremo sur de China, con sus costas ricas en pesca y un ecosistema tropical.
Los diferentes entornos del norte y del sur contribuyeron a un origen dual de la cultura humana, con la aparición de comunidades de niveles económicos similares, pero de sistemas culturales diversos. Los lugares más antiguos conocidos hasta la fecha son los asentamientos neolíticos pertenecientes a la cultura de Yangshao, en Banpo, cerca de Xi'an en el norte, y en Hemudu, en la provincia de Zhejiang, en el sudeste.
La población neolítica del norte de China tenía rasgos mongoloides y no mostraba una gran diversidad étnica. Esta homogeneidad física apunta a una ausencia de migración hacia el norte de China desde las regiones vecinas en tiempos neolíticos. El primer estado chino, creado por los Shang, emergió en la franja norte. Procedentes de la cultura Longshan de la provincia de Henan, los Shang alcanzaron el poder en una época de desarrollo cultural y tecnológico sin precedentes.