EL CLAVO DIVINIZADO

El culto del clavo divinizado (en sánscrito, kila-, en tibetano, phur-ba) se consolidó procedente de fuentes indias hacia mediados del siglo VIII d.C. Los tres sabios Padmasambhava, Vimalamitra y el nepalí Shilamanju se reunieron durante un periodo de retiro religioso en una cueva de las montañas del valle de Katmandú, junto a la actual Pharping. Allí escribieron un detallado comentario de toda la sabiduría sobre el kila reunida hasta el momento en la India, tras lo cual estas enseñanzas se propagaron por el Tíbet.

Dicho clavo, se cuenta, es la personificación verdadera de un poderoso dios alado, además de ser su propio símbolo y su herramienta. Sólo con clavarlo en el suelo se someten todas las influencias malignas. Si se clava en los rincones o en los umbrales de un lugar sagrado, crea una barrera mágica que los elementos malignos no pueden cruzar.

Aunque procedente de la India y conocido en todos los lugares por donde se propagó el budismo Vajrayana, el muy extendido culto del clavo divinizado parece haberse perdido en otras regiones y es considerado en la actualidad una característica peculiar del budismo tibetano.