En la antigüedad, el soberano de los cielos recibía diversos nombres, dependiendo de la dinastía reinante.
Siguiendo el ejemplo de los fundadores de la dinastía Zhou, los confucianistas preferían el nombre impersonal de Tian («Cielo»), si bien en la mente popular siguió siendo una persona, no una abstracción. Finalmente, surgió una deidad llamada Yuhuang, o emperador de Jade, como soberano supremo de los cielos, cuyo estatus fue confirmado por uno de los emperadores de la dinastía Song, quien aseguraba recibir instrucciones directas de él. En su culto se mezclaban creencias taoístas y budistas.
El emperador de Jade vivía en un palacio y contaba con una extensa burocracia, al igual que su homólogo terrenal. Su principal asesor era Dongyue Dadi, o gran gobernador de las montañas Orientales, en cuyas oficinas había no menos de setenta y cinco departamentos, cada uno de ellos al cargo de una deidad menor. Su mujer se llamaba Wang Mu Niangniang, otro de los nombres que recibía Xi Wang Mu (la Reina Madre de Occidente) y vivía en el monte Kunlun. El único ser humano con el que trataba directamente el emperador de Jade era el emperador de China, mientras que los mortales de rango inferior eran responsabilidad de sus funcionarios, entre los que se contaban dioses y diosas, Budas y bodhisattvas, emperadores y emperatrices difuntos, seres celestiales e inmortales. En la novela del siglo XIV Viaje a Occidente, también conocida como Mono, aparece una vivida descripción del régimen celestial. En la narración, Sun Wukong, el rey de los monos, sube al cielo, roba los melocotones de la inmortalidad y lucha contra toda la jerarquía celestial hasta que lo captura el Buda. La bondadosa bodhisattva Guan Yin intercede por él y se le permite que acompañe y proteja a Tang Seng, un peregrino budista, en su viaje a la India.
Cuando empezó a reconocerse al emperador de Jade como soberano de los cielos, ya se estaban entremezclando las creencias de las principales religiones de China. Los taoístas, por ejemplo, aceptaron de buena gana las teorías budistas (en definitiva indias) del karma y la reencarnación, que se extendieron fácilmente entre la población china, salvo entre algunos musulmanes y seguidores de otras religiones. Por consiguiente, tenía gran importancia para los burócratas celestiales que servían al emperador de Jade mantener un archivo de las sucesivas encarnaciones de los que vivían en la tierra, con el fin de calcular el balance total de los méritos y deméritos de un individuo, balance que determinaba el carácter de la siguiente encarnación de dicho individuo. En el registro de encarnaciones se incluía a los animales, ya que algunos especialmente virtuosos podían adquirir forma humana en otra vida.