Una vez, un mono santo se dirigió al Himalaya para disfrutar a solas del éxtasis de la meditación profunda. La belleza de su personalidad cautivó a la diablesa de una roca, cuyos intentos por seducirlo (ilustración de la derecha, en la cueva del ángulo inferior derecho) no lograron debilitar el voto de castidad del mono, y la diablesa padeció las penas del amor no correspondido.
Pero cuando uno de estos seres está frustrado y enfadado representa un gran peligro para el mundo, y el mono lo sabía. Por eso, comprendiendo sus sufrimientos, acabó por ceder a sus ruegos y al cabo del tiempo, de su unión nacieron seis hijos y, según se dice, de ellos desciende toda la población del Tíbet.
Como devotos budistas, los tibetanos creen que sus antepasados son el santo bodhisattva sPyan-ras-gzigs (Avalokiteshvara) en la forma de mono y la diosa sGrol-ma (Tara) en la de ogresa de una roca (brag srin mo).
Ambos, como deidades protectoras del Tíbet, vigilan a sus descendientes desde entonces, sobre todo Avalokiteshvara, que se manifiesta repetidamente como Dalai Lama. Los tibetanos explican la diversidad de los tipos de personalidad con los seis primeros monos, entre los que había un representante de cada uno de los seis reinos que existen en la cosmología budista.