Al final de cada año se ofrece tradicionalmente el costillar de un cordero al dios del fuego, que conserva la fertilidad de los rebaños. Los chamanes saben que la paletilla de un cordero sirve para hacer un cuidadoso pronóstico.
Hubo una vez en tiempos antiguos un rey que mantenía a su hermosa hija apartada del mundo, pero Tevne cavó un profundo pozo, donde enterró a una de las criadas de la princesa. Encima del agujero hizo una hoguera y, poniendo sobre ella un recipiente lleno de agua, se sirvió de un tubo de hierro envuelto en algodón para hablar a la anciana enterrada. Una vez que ésta le hubo revelado la identidad secreta de la princesa, la dejó marchar.
Cuando Tevne supo identificar a la princesa entre diversas muchachas de aspecto similar y todas vestidas igual, el rey, furioso, se vio obligado a concederle la mano de su hija. Habiendo consultado su libro mágico de adivinación, el rey supo que el informante era una persona con nalgas de tierra, cuerpo de fuego, pulmones de agua y un tubo de hierro en vez de cuerdas vocales. Incapaz de entender el sentido de estas palabras, el rey perdió la fe en su libro y lo quemó. Por eso los corderos lamen las cenizas, que confieren el poder de la adivinación.