La seda llegó al mundo gracias al amor filial de una muchacha. Hace mucho tiempo vivía un hombre que tuvo que ausentarse de casa una larga temporada por motivos de negocios. Su joven hija le echaba mucho de menos, y un día, mientras cepillaba su caballo, dijo:
Al día siguiente, en una ciudad lejana, el padre vio con sorpresa que el caballo se aproximaba a él, relinchando. Como pensó que algo le había ocurrido a la familia, subió a lomos del animal y partió hacia su casa. Al llegar, vio con alivio que todo estaba en orden y le preguntó a su hija qué había impulsado al caballo a ir a buscarle, y ella respondió que debía de saber que le echaba en falta. El hombre, agradecido, le dio más raciones del mejor heno durante los días siguientes, pero el caballo no parecía contento y apenas tocaba la comida, y cada vez que se acercaba la muchacha se ponía muy nervioso, relinchaba y se encabritaba. Al cabo de unos días, mientras cepillaba el caballo, la muchacha recordó sus palabras y se lo contó a su padre. Furioso porque un caballo se atreviera a pensar que podía casarse con su hija, el hombre lo sacrificó y tendió la piel al sol para que se secara.
Una vez, cuando la muchacha y sus amigos se burlaban de la piel como si estuviera viva, ésta se envolvió bruscamente alrededor de ella y desapareció. Su padre y los vecinos la vieron al fin en la copa de un árbol, y la muchacha estaba dentro, transformada en un ser parecido a un gusano de seda, Can Nü (señora Gusano de Seda). Movió la cabeza de un lado a otro y de su boca salió un hilo blanco, fino y brillante. Todos se quedaron atónitos y comentaron que era el hilo más fuerte que hubieran visto jamás y que podía hilarse y tejerse para confeccionar bonitas prendas.