El taoísmo, uno de los dos grandes sistemas religiosos nativos de la China, deriva su nombre del vocablo Tao («camino» o «sendero»), Dao según la transliteración del pinyin. Para los taoístas, no se trata de un camino espiritual especial, sino de un principio existencial causante de todas las cosas. Para los confucianistas, todo fenómeno o institución humana tiene su propio Dao, pero para los taoístas sólo existe un Dao, para todo. El individuo alcanza la sabiduría y la iluminación si comprende el Dao y vive en armonía con él.
Hacia el 100 a. C. el taoísmo estaba bien establecido. El fundador del taoísmo filosófico fue un hombre (deificado más adelante) conocido como Laozi, que significa «El Viejo Maestro». Aunque la tradición posterior le dio nombre e inventó detalles de su trayectoria, no se sabe nada cierto sobre él, y posiblemente, el libro cuya autoría se le atribuye (Dao De Jing, o El clásico del camino y su poder) es una recopilación anónima.
Ante la llegada y la creciente popularidad del budismo, el taoísmo, sistema filosófico en sus orígenes, adquirió carácter religioso. Absorbió muchos de los cultos místicos populares tan abundantes en China y atribuyó su fundación al mítico «Emperador Amarillo», supuesto progenitor de la raza china, y a Laozi. Adoptó los adornos de la religión -templos, monjes, imágenes, incienso- del budismo y creó un panteón de deidades animistas, figuras heroicas del pasado y otros personajes. Algunos creyentes se dedicaron a la alquimia, en busca de un elixir de la longevidad o la inmortalidad, y los escritores recopilaron una nueva mitología de seres espirituales, no divinos, sino humanos, que habían obtenido la inmortalidad gracias a las prácticas taoístas y podían realizar proezas mágicas y moverse por medios sobrenaturales.
Las divinidades taoístas eran planetas y estrellas humanizados, antiguos héroes (como los espíritus que presidían diversas actividades), todas las ocupaciones humanas (como el estudio, el comercio, el robo, la fornicación o la embriaguez) y animales tales como dragones, tigres, serpientes y saltamontes. Los sacerdotes se ganaban la vida sobre todo expulsando a los espíritus malignos, a los que se achacaban todos los males posibles, motivo por el cual el clero tenía que saber qué espíritu era responsable de qué hecho y elegir el remedio adecuado, ya se tratara de conjuros, ceremonias religiosas, drogas o cuidado en la orientación de los edificios.