Se cuenta que, antes de los albores de la historia, el Tíbet se mantuvo unido a una serie de reyes no humanos, los primeros de los cuales fueron los gmod-sbyin negros, unos demonios armados con arcos y flechas. Las siguientes de demonios poseían distintas clases de armas, como martillos y hachas, -das y catapultas y otras hechas de acero templado. Entre los espíritus gobernantes se contaban los heroicos hermanos ma-sang, que dieron al Tíbet el nombre de Bod, con el que aún se le conoce hoy en día.
El primer rey humano descendió del cielo hasta una montaña en Kongpo y al de su reinado volvió a subir a los cielos por medio de una cuerda dmu, sin dejar restos terrenales. Sus seis descendientes hicieron lo mismo, pero el séptimo cortó la cuerda mágica al término de su vida y fue sepultado en la tierra.
Así comenzó el culto de los enterramientos reales, que se construyeron en el valle del Yar-lung hasta el siglo IX y se mantuvieron continuamente vigilados.
Tras veintisiete generaciones de reyes humanos, subió al trono Lhátho-tho-ri, quien, en el año del ave acuática del 433, a los sesenta años de edad, fue el primer monarca que aprendió budismo. Según la leyenda, el cielo se llenó un día de arcoiris y los textos e imágenes budistas cayeron sobre el tejado de su palacio. No logro descifrar los escritos sagrados, pero se profetizó que su significado sería revelado a su familia al cabo de cinco generaciones. Adorando aquellos objetos milagrosos como si fueran sagrados, el rey vivió hasta los ciento veinte años, pero su cuerpo nunca representó más de dieciséis.
En cumplimiento de la profecía, el rey Srong-btsan sgam-po, de la quinta generación, ordenó la creación de un alfabeto para la lengua tibetana y así surgió el arte de la escritura. Entre las cinco esposas del rey había dos princesas budistas de China y Nepal, y como parte de su dote ambas llevaron al Tíbet estatuas de Buda y de los santos de esta religión. Ante su insistencia, el rey empezó a domesticar el salvaje terreno del país, al que se consideraba una ogresa malévola, y a prepararlo para recibir una religión extranjera. Demostrando sus conocimientos del arte de la geomancia, la princesa china, Kong-jo, señaló unos puntos en la tierra en los que podían construirse templos para comprimir y someter el cuerpo de la ogresa.