En el relato chino de la creación más importante se describe cómo formó el mundo una divinidad primordial llamada Pangu, cuyo culto se mantiene aún entre una población minoritaria del sur de la China, como los miao, los yao y los li. Pangu nació de Yin y Yang, las dos fuerzas vitales del universo. En la oscuridad de un enorme huevo primordial Pangu cobró vida y creció durante dieciocho mil años, hasta que el huevo se rompió. La luz y las partes ligeras del huevo ascendieron y formaron los cielos, mientras que las pesadas y opacas se hundieron y formaron la tierra.
Pangu se puso de pie y para evitar que volvieran a unirse la tierra y el cielo, fluidos, creció y fue separando cielo y tierra más de tres metros al día. Al cabo de otros dieciocho mil años, la tierra y el cielo se solidificaron y Pangu se tendió a descansar. Murió, y su aliento se transformó en viento y nubes, su voz en trueno, su ojo izquierdo en el sol, el derecho en la luna y el pelo y los bigotes en las estrellas. Las demás partes de su cuerpo se convirtieron en los elementos que componen la tierra, como las montañas, los ríos, los caminos, las plantas, los árboles, los metales, las gemas y rocas, y su sudor en lluvia y rocío.
El mito de Pangu adquirió esta forma en el siglo III, si bien el personaje aparece como tal en textos anteriores. En una de las múltiples variantes posteriores se explica la alternancia de noche y día por los movimientos de Pangu al abrir y cerrar los ojos.