La religión original del Tíbet, en lo que puede considerarse un cruce de caminos entre la India y China, es típicamente animista y de base dualista. La aspiración religiosa de sus habitantes es vivir en armonía con las fuerzas invisibles que actúan por doquier a su alrededor: hay que agradecer a los espíritus benevolentes su amabilidad con ofrendas regulares y en todo momento se ha de actuar con prudencia para no ofender a los espíritus malignos.
Se cuenta que antes del amanecer de la historia el Tíbet había sido regido por una sucesión de gobernantes no humanos. Finalmente el primer gobernante humano del Tíbet "descendió de los cielos" sobre una montaña de Kong-po y fue proclamado rey por el pueblo agradecido. Al final de su reinado ascendió una vez más al paraíso, de donde había descendido con ayuda de una soga, sin dejar restos terrenales. Cuando el séptimo miembro de su estirpe real cortó finalmente la cuerda mágica que conectaba a su familia con los cielos, fue enterrado en el valle de Yar-lung, iniciándose entonces el culto de las tumbas reales.