El poema épico anglosajón Beowulf, fechado en el siglo VIII, ofrece una vivida descripción de un fiero dragón. A pesar de los antecedentes cristianos de la obra, la descripción de la muerte del monstruo a manos del héroe Beowulf presenta claros tintes de leyenda precristiana.
El joven Beowulf abandonó el país de los getas para prestar ayuda al anciano rey danés Hrothgar, y en un combate de lucha mató a Grendel, monstruo devorador de hombres que irrumpía por las noches en el palacio real. La madre de Grendel fue a vengar a su hijo y Beowulf la obligó a retroceder a su guarida, bajo un lago, y le dio muerte.
Beowulf reinó después sobre los getas, durante cincuenta años, y cuando ya era anciano su reino se vio amenazado por un dragón que llevaba siglos custodiando un gran tesoto en un túmulo. El monstruo se enfureció cuando un fugitivo robó una copa y aquella misma noche se propuso devastar el reino. Beowulf le salió al encuentro con un gran escudo de hierro para protegerse del fuego que arrojaba y un grupo de guerreros elegidos. Su espada no pudo atravesar la gruesa piel del dragón y cuando aquel engendro les atacó los compañeros de Beowulf huyeron aterrorizados, todos menos un joven jefe, Wiglaf. El dragón apresó a Beowulf entre las fauces, pero Wiglaf le traspasó el vientre con su cuchillo. Beowulf sacó el suyo y juntos lo abatieron, pero el aliento ponzoñoso del dragón debilitó al héroe, que, moribundo, entregó a Wiglaf el tesoro, su torques y su armadura.
El dragón en forma de serpiente que escupe fuego y está dotado de alas para volar de noche probablemente debe algo a las serpientes monstruosas de los mitos y leyendas primitivos. La muerte de Beowulf recuerda la última batalla de Tor, Ragnarok, en la que mata a la Serpiente del Mundo pero después sucumbe a su veneno.