En la evolución de las creencias mitológicas eslavas se distinguen tres fases que se superponen:
La creencia dualista en un mundo regido por ía fuerza creadora de la luz y la destructora de ía oscuridad obligó a la humanidad a buscar la ayuda del bien para aplacar al mal. Con la conversión al cristianimso, ías fuerzas del bien se identificaron con la Iglesia, pero las del mal, bajo la forma de los espectros de los muertos (vampiros o espíritus que habitan en bosques o arroyos) siguieron impresionando la imaginación popular.
Toda casa estaba protegida por los antepasados muertos, de quienes dependían la salud y la fertilidad. Fuera de este nivel puramente local existía un culto generalizado a un dios de la fertilidad, Rod, junto a las Rozhanitsi, hijas y madre también divinas. Los complicados rituales, vinculados al ciclo de la muerte y la resurrección, probablemente incluían prácticas chamanísticas encaminadas a establecer contacto con las almas de los antepasados muertos en el Más Allá.
La aparición de dioses elementales antropomórficos constituye la etapa final. Los dioses del sol y del fuego expresan la veneración eslava por las fuerzas de la luz y especialmente el respeto al fuego. En una cultura en desarrollo, el dios del trueno se convirtió, lógicamente, en dios de la guerra, y surgió un protector del comercio; pero las deidades omnipresentes eran las de la fertilidad.