Pero sobre todas estas divinidades del gran Olimpo, incluido Zeus, reinaba un dios más fuerte, dios sin vida, sin leyenda, sin figura, sin templo ni altar: el Destino. Apolo nada puede hacer por Héctor, a quien el Destino le tiene los días contados. Zeus contempla impotente cómo Patroclo tunde a golpes a su amado hijo Sarpedón.
Las deidades, impotentes ante la fuerza del Destino, que les arrebata a los que ellas aman, «son la imagen de la impasible naturaleza que asiste a nuestros funerales». Luciano de Samasato, que hace a las tres Parcas ejecutoras inexorables de los designios del Destino, cree que estas tres diosas están sobre el mismo Zeus, ya que ellas juegan con el hilo vital del dios y hasta pueden cortarlo si llegara el mandato fatal.
Al Destino, los griegos primitivos le llamaron Necesidad y los romanos, Fortuna.